A cara o cruz: nuestra fauna echada a su suerte
Por Enrique M. González
En las nuevas monedas aparecen cuatro especies de la fauna autóctona, en la de un peso la mulita, en la de dos el carpincho, en la de cinco el ñandú y en la de 10 el puma. En la presente nota brindamos información sobre la situación de conservación de esas cuatro especies y consideraciones generales sobre la fauna en la cultura y la economía uruguayas.
Fauna y cultura (+economía)
En primer, lugar, cabe felicitar al Banco Central por la idea de inmortalizar varias especies de la fauna autóctona en la numismática. Diversos países – sin ir más lejos, por ejemplo, la hermana República del Brasil – han incluido desde hace mucho tiempo a varios representantes de su fauna en monedas y billetes. Ello implica un reconocimiento, al menos en el discurso, del valor que la diversidad biológica tiene o debería tener para la cultura nacional. Indica también, en el caso uruguayo, una voluntad de las autoridades de concientizar a la población acerca del valor de la fauna, tanto del valor intrínseco y ecológico, como puede tener el puma, como de la importancia que algunas especies tienen o pueden llegar a tener como recursos naturales renovables (estos son los casos de la mulita, el carpincho y el ñandú).
Uruguay es un país que tradicionalmente no se caracteriza por su valoración de la fauna. Como país ganadero y secundariamente agrícola, lo uruguayos desde hace centurias percibimos el territorio como un vasto campo de pastoreo, a lo sumo como un sitio donde es posible plantar y cosechar. La fauna parece ser un agregado, que está allí pero de la cual no estamos dispuestos a hacernos cargo muy seriamente.
A pesar de esta percepción, año a año se hace un uso extractivo importante del recurso fauna: miles de carpinchos, mulitas, nutrias, zorros, patos, palomas, perdices, cotorras y otras especies son cazadas, consumidas y comercializadas generalmente “bajo cuerda” y en mercados que pocas veces conocen formalidades, y que por ello no son tenidos en cuenta por las autoridades en materia de economía, bromatología, manejo de recursos naturales y conservación de la biodiversidad.
El puma
Para entender la situación de esta especie en Uruguay comenzaremos recordando que las poblaciones animales se estructuran en subpoblaciones. Los grandes félidos son depredadores tope, y cada individuo, cada grupo y subpoblación abarcan grandes territorios. En la mayor parte de los carnívoros las hembras se mueven poco desde el lugar donde nacieron y los machos se alejan mucho (hasta cientos de kms) de modo que difícilmente se produce endogamia (es decir, cruza con familiares directos). Las poblaciones de pumas no reconocen fronteras políticas y probablemente existe un conjunto de subpoblaciones de la especie que subsiste entre la mesopotamia argentina y la “banda oriental”. Sería simplista decir que los pumas que aparecen en Uruguay “vienen de Brasil”. La realidad es que algunos pumas deben reproducirse y tener sus territorios en Uruguay y otros, en particular machos jóvenes, deben moverse en un vasto territorio que incluye nuestro país. Es posible que la especie se haya extinguido en el pasado. Una teoría ecológica – conocida como “de metapoblaciones” – plantea que algunas poblaciones, generalmente periféricas, pueden extinguirse circunstancialmente. El territorio que ocupaban, que queda vació como un surco dejado por una espátula en una bandeja de pintura, volverá a ser llenado en la medida que existan poblaciones fuente y que persistan los recursos necesarios para su subsistencia, al igual que la pintura en la bandeja se derrama llenando el surco. Ambas condiciones se dan, de modo que los pumas en la actualidad pueden deambular por vastas regiones que van desde Paraguay al Plata y desde la cordillera hasta el Atlántico, y sin duda también más allá.
Los pumas a veces matan ovejas u otros animales domésticos, aunque también matan ovinos los jabalíes y los perros. Cuando un puma en nuestro país se ceba con ganado el productor o un cazador local generalmente lo mata. Usualmente la noticia no llega a los noticieros ni el cuerpo del animal a las colecciones científicas o a las bases de datos organizadas. Son pérdidas NN.
En diversas naciones los perjuicios económicos provocados por grandes depredadores – como osos, lobos, tigres, leones, leopardos, jaguares, pumas, etc. -, son encarados de diversas maneras: en algunos, países, como el nuestro, se mata al depredador y las autoridades se hacen las distraídas. En otros se opta por una de las dos siguientes alternativas: a) capturar el ejemplar y destinarlo a un zoo, santuario o área remota o protegida donde no resulte un problema (esto último no siempre es posible porque los animales cebados difícilmente vuelven a una dieta exclusiva de recursos silvestres, y por otro lado las áreas protegidas suelen quedarles pequeñas) o b) establecer las evidencias de depredación sobre el ganado y subvencionar las pérdidas a los productores, bajo ciertas pautas de seguridad (vale decir, si usted tiene lanares de cabaña no los largue en el potrero donde sabe que anda un puma). En resumen, el “bicho” de la moneda de 10 pesos hoy por hoy es ajusticiado por nuestra gente sin consideraciones desde el punto de vista de la conservación de la diversidad biológica.
El ñandú
Esta es una especie considerada “casi amenazada” por la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza). Habita pastizales templados y subtropicales, que están entre los ecosistemas que corren mayor peligro en el planeta, debido entre otros factores a que constituyen tierras aptas para la agricultura y la ganadería. El ñandú ya no se encuentra en los Departamentos de Montevideo y Canelones, casi se ha extinguido en San José y en Colonia y son pocos los que quedan en vastas regiones de Soriano, Flores, Florida y otros departamentos. Probablemente la suerte de esta especie se haya visto asociada, además de con la densidad de población humana y perruna, con el reciente impulso que han cobrado en el país las plantaciones de soja. Esta ave es considerada enemiga de la soja, sencillamente porque es de los pocos animales capaces de comérsela de la planta. Algunos productores, que en muchos casos son extranjeros y arrendatarios, no dudan, lamentablemente, en indicar a su personal que elimine los ñandúes de los campos. Sin embargo, nadie ha estimado objetivamente las pérdidas que significa la presencia de ñandúes en las plantaciones de soja. Si los uruguayos queremos conservar el ñandú el Estado tiene que intervenir en el conflicto. Más allá de la soja, la simple cacería de la especie y la recolección de sus huevos son actividades tradicionales en nuestro campo. Cambiar los patrones culturales hacia la fauna autóctona es tarea prioritaria si se quiere conservar la diversidad biológica. Nuestra moneda nos muestra un ave de gran tamaño, tan magnífica como típica de los campos pampeanos y uruguayenses, pero que a veces por ser nuestra no valoramos. Forma parte de un grupo que incluye el avestruz africano, el emú y el casuario de Australia y el kiwi de Nueva Zelandia. Estas aves, conocidas como corredoras, presentan alas no funcionales y merecen conservarse en sus hábitats naturales. La toma de medidas concretas por parte de los países que constituyen sus respectivos hogares es determinante para que ello tenga lugar en el largo plazo.
El carpincho
Se trata del roedor más grande del mundo, que en Uruguay se consume mucho a pesar de que su caza es ilegal. Legalizar la caza del carpincho es una opción parecida a legalizar otros productos: implica asumir que se consumen miles de carpinchos por año en todo el país y desarrollar un control estatal y bromatológico sobre ese consumo. Se trata de un animal prolífico y es una de las especies que históricamente en Venezuela se ha extraído en forma legal y sostenible de la naturaleza. Los llanos venezolanos se inundan estacionalmente y en la época seca miles de carpinchos se concentran en los pocos cuerpos de agua remanentes. Allí los técnicos en temas de fauna establecen el número que se puede capturar y así se hace. En Uruguay sería muy difícil erradicar la costumbre de cazar carpinchos entre la población. Y ello obedece al menos a dos motivos: uno cultural, pues el carpincho forma parte de la dieta de los uruguayos desde hace décadas y un segundo motivo de índole socioeconómico: cuando no hay trabajo o cuando la carne es cara, en el monte o en el bañado está el carpincho. Allí se lo puede ir a cazar y eso es lo que en efecto se hace, particularmente en regiones donde los humedales brindan una productividad importante de estos prolíficos roedores, como la cuenca baja de la laguna Merín. ¿Cómo están las poblaciones de carpincho de Uruguay? Correteadas, mermadas y disminuidas, aunque aún viven y luchan hasta en lugares inesperados. Son mantenidas a raya básicamente por la cacería ilegal. Se ha demostrado al menos en tres sitios del país que, de no cazarse, la población del carpincho aumenta considerablemente, al punto de permitir muy probablemente una extracción sustentable de ejemplares. El carpincho, junto con la mulita, son dos de los grandes productos ilegales de Uruguay. Flexibilizar las concepciones y reglamentaciones en materia de caza probablemente permitiría asumir que existe un consumo de dimensiones trascendentes. Pero ello no puede ocurrir si no se da lugar a estudios acerca de la dimensión y viabilidad de dicho consumo y se promueven mecanismos de control de la depredación y de promoción de la conservación de las poblaciones.
La mulita
Según un libro que publicamos con un colega en 2010, en todo el país se estarían consumiendo cerca de 20.000 mulitas al año. Ello equivaldría a una fila india de mulitas de más de 8 km, representando un peso de 27 toneladas, aunque probablemente estas cifras estén subestimadas por la falta de profundidad de nuestras incipientes investigaciones. El consumo principal ocurre en zonas rurales y entre la población de más bajos recursos. Sin embargo, la Ley de Fauna prohíbe estrictamente la caza de la mulita, al igual que la de la gran mayoría de los vertebrados terrestres autóctonos. La mulita es una de las especies más típicas y abundantes de nuestras praderas, a pesar de lo cual hoy ya no se encuentra en la región metropolitana y en muchas otras zonas cercanas a pueblos y ciudades. Se trata de una especie que se alimenta de hormigas e insectos en general. Según el libro GEO Uruguay, las importaciones de los principales plaguicidas agrícolas usados en el país pasaron de 40 toneladas en el año 2000 a 820 toneladas entre 2009 y 2010. Asimismo, la disminución de la tasa de empleo en momentos de crisis (por ejemplo la de 2002) sin duda aumenta la presión de caza sobre las poblaciones de esta especie, entre otras. Es esperable, pues, que de continuar la cacería y seguir aumentando la intensificación del uso de los recursos naturales, las poblaciones de mulitas sigan descendiendo. Para que este armadillo logre subsistir es necesario asumir que está en problemas y elaborar estrategias a nivel estatal que atiendan aspectos educativos, de control, económicos y sociales vinculados con el consumo de animales silvestres y el uso del territorio. Solo de ese modo la mulita podrá seguir siendo uno de los animales típicos de nuestros campos, y no sólo un icono en las monedas.
Comentarios finales
Uruguay posee una esquizofrénica doble personalidad de “país productivo” y “país natural”, y no logra hallar el equilibrio que le permita alcanzar una modalidad sustentable de desarrollo rural. La fauna y la flora tienen escasa raigambre en la valoración popular y en la cultura en general. Entre la población y las autoridades seguramente son más conocidos hechos de la vida de los leones y los elefantes que de las mulitas y los ñandúes. La inclusión en la moneda de especies significativas de la fauna autóctona sin duda es un paso adelante en la “educación ambiental” de los uruguayos, que ayuda a tomar conciencia del valor de nuestras especies y por extensión de la naturaleza toda. Muy lejos estamos, sin embargo, de brindar a nuestras especies – incluso las de las monedas – un tratamiento adecuado desde el punto de vista ecológico, legal, administrativo y sobre todo productivo. Es necesario instrumentar más y mejores medidas para la conservación de las especies y ecosistemas, que década tras década se ven mermados por la intensificación de las actividades productivas. Hasta hoy, el desarrollo de áreas protegidas puede calificarse de “tímido”, el control de la depredación sobre la fauna como escaso, muchas veces cercano a nulo, y la educación y concientización de los uruguayos y visitantes acerca de la importancia de conservar la fauna parece ir a un ritmo más lento que aquel que lleva el retroceso de las poblaciones naturales.
La moneda, sin embargo, no está echada. No debemos esperar impasibles si el resultado final será cara o cruz. Podemos trabajar, desde la academia, el gobierno, la administración y la sociedad civil organizada para investigar, educar y actuar respecto al tema. En definitiva, desde Vida Silvestre creemos que, igual que como llegaron a las monedas, la conservación de las especies autóctonas y de la naturaleza en general puede y debe llegar a formar parte importante de nuestra conciencia y nuestra acción social.